Dos años, doscientas cambios, dos mil aventuras y dos millones de aprendizajes.

La idea de poder irme sola a explorar y ver de que color está pintado el cielo del otro lado del mundo.

Una expectativa de viajar, cruzar océanos, ver el amanecer dentro del agua, bailar en la arena, subir montañas.

Una idea que insistió tanto dentro de mi cabeza que no quedo de otra que atreverme a buscarlo.

Empaqué una maleta verde prestada de mi hermano y viajé 30 horas hasta llegar al lugar que ahora esta tatuado en mi corazón, Australia.

Dejé la vía rápida, el camino que estaba planeada para mí.

Tomé el camino de tierra, el desconocido, el que no tiene señales ni direcciones.

Me fui persiguiendo un instinto.

Me fui con la mente revuelta, el corazón explotando y aterrada de no saber ni cómo empezar.

Aterricé en la isla más grande del mundo.

Empecé a correr y me tropecé en el primer kilómetro.

Caí tan fuerte, que no me quedó de otra que frenar.

¡Que loco como un par de segundos puede cambiarte tanto la vida!

Un accidente que más allá de los huesos rotos, fue una oportunidad de pelear una batalla diferente, de poner todo a un lado, de soltar con todas mis fuerzas y reflexionar hacia dónde quiero dar el siguiente paso.

Un accidente que me regaló la amistad de unas guerreras que me demostraron lo bien que se siente dejar de correr para poder bailar.

Las amigas que me dieron un hogar en pleno campo de batalla.

Y aunque sintiera que esa trinchera era invencible, tarde o temprano, cada quien tomó su camino y me tocó quedarme a pelear sola.

Refugiada dentro de mi mundo, me abrí y di todo lo bueno que tenía para dar, a veces tanto que pensaba que me quedaba sin nada.

Fui rechazada en muchos trabajos que pensaba que quería, solo para encontrar el que me hizo más feliz.

Intenté sembrar flores en suelos que no tenían agua para dar.

Y coseché otras cuando menos lo esperaba.

Por primera vez no había una comodidad en donde pudiera esconderme, solo dependía de mí hacer algo increíble.

Y el hecho de estar completamente sola, me hizo libre.

Así que disfruté cada segundo del viaje.

Los momentos de seguridad y los de incertidumbre.

Los días para pausar y hacer un cambio.

Y los días para dejarse llevar, sin miedo a caerse.

Abracé a los amigos que vinieron para quedarse y solté los que no eran para mi.

Porque una cosa me quedó clara, y es que, aunque haya gente que intente quitarte la luz, siempre llegará alguien que te dará más luz que el Sol.

Y es en esta perfecta y caótica juventud que absorbí todo mi entorno.

Me quedé con lo que me hacía bailar y solté lo que me hacía frenar.

El tiempo de soñar y tropezarse en el intento.

El tiempo de crecer y encogerse cuando hay miedo.

El tiempo de despedidas y bienvenidas. De brincos y caídas.

De subir la montaña más alta y bucear en lo más profundo.

El tiempo de infinitos cambios.

De revoluciones y frustraciones internas.

Pero de amor profundo por mi misma y por mi vida.

Australia, el lugar que me rompió las alas, solo para asegurarse de que me crecieran unas más grandes.

El lugar donde mi corazón fue más libre.

Gracias a este tiempo por enseñarme a abrir mi mente a todo lo que venga, sean huesos rotos o músculos más fuertes.

A recibir todo con amor. A aceptar. A crecer. A fluir.

A atreverse a hacer la locura más grande si el corazón me lo pide.

Las cosas que me pertenecen vendrán. Y las que no las saltaré en el camino.

Porque hasta las peores decisiones son perfectas.

A seguir puliendo el diamante que llevo dentro.

A seguir visualizando, soñando, buscando, pero nunca persiguiendo.

Porque forzados ni los zapatos entran.

Me despido del lugar donde me tropecé tantas veces que no me quedo de otra más que aprender a volar.

Me voy empapada de vida, volando más alto que nunca.

Y aunque probablemente me vuelva a caer, ya nada me puede quitar lo bien que bailé durante el viaje.

Gracias Australia.

Miranda Alonso G.

P.D: Si te interesa cumplir el sueño de una aventura en el extranjero GrowPro Experience te ayuda a hacerlo.

Ir a growproexperience.com

4 thoughts on “Dos años, doscientas cambios, dos mil aventuras y dos millones de aprendizajes.

  1. Ire says:

    Qué bonito escribes!!!! Cómo te entiendo…hace casi un año que me fui y ya tengo ganas de volver. Australia es…no se puede explicar, hay que vivirlo.
    🙂

    • Miranda Alonso says:

      Hola Ire! Gracias por tu comentario, como dices, hay que vivirlo!! Ojalá logres volver a cumplir tu aventura! Un abrazo grande

  2. Ilce R says:

    No sabes cómo empaticé con cada línea que escribiste. ¡Gracias!
    Aún me encuentro en Australia y la vida me ha cambiado tanto a cada momento vivido. Me he encontrado un mundo fuera y dentro de mí.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *